19.9.13

Educador Familiar. Interacciones familiares

El mundo de las interacciones familiares

El análisis de la forma en que los padres promueven el desarrollo de sus hijos ha tomado una nueva dirección, hoy en día se centra en el estudio de los procesos de interacción a través de los cuales se lleva a cabo la trasferencia de capacidades, conocimientos y estrategias de aquellos que ya los poseen (los padres) hacia a aquellos que están en proceso de adquirirlos (hijos/as).

imagen educador familiar

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El proceso de traspase y mediación cultural, se encuentra según Vygotski, en las interacciones educativas padres-hijos que se promueven en el escenario familiar. El ambiente familiar es de gran importancia porque en él se producen muchas situaciones de interacción educativa, a través de las cuales la familia (principalmente los padres) va proporcionando anclajes al desarrollo infantil y adolescente, y dando contenido a su evolución.

Un ejemplo claro de interacción educativa (fundamental para la Educación Familiar) es cuando un niñ@ realiza una tarea que no es capaz de desarrollar por sí solo, entonces necesita que un adulto le ayude; éste se hace cargo de la dirección de la interacción, la «estructura», la negocia con el niñ@, etc.

Cuando hay comunicación e interacción entre todos y cada uno de los miembros de la familia, se puede decir que esa familia tiene como principio vertebrador la estimulación de la comunicación y de la interacción. La familia juega un papel extraordinariamente importante en la conformación de las características psicológicas de los hijos, tanto en lo que se refiere a la personalidad como en lo relativo a la inteligencia.

El tipo de comunicación y de interacción que se establece en el ambiente familiar son contenidos propios de la Educación Familiar, es decir, sin su conocimiento y su utilización la familia estaría muy limitada en sus funciones. Y es que, en muchas ocasiones, los padres no son siempre conscientes de su labor; de ahí que haya que afianzar la importancia de estos contenidos es nuestra labor, sobre todo porque ellos normalmente creen que cuando están jugando, charlando o discutiendo (contenidos que pasan a un segundo plano) no existe una verdadera conciencia de hallarse en una situación de enseñanza/aprendizaje.

El reconocimiento, por parte de los padres, de la importancia de estas interacciones educativas cotidianas permitirá relanzar la confianza perdida en cuanto a sus capacidades y posibilidades como educadores eficaces y valiosos para sus hijos. Las primeras etapas del crecimiento son muy propicias para que los padres afiancen su función parental, ya que los niños no podrán hacer por sí solos actividades que son nuevas para ellos; y es aquí donde prolifera la interacción padres-hijos, que aportará el apoyo y el sostén de sus progenitores. Vigotski a este proceso lo denominó «zona de desarrollo próximo».

Otro aspecto que han de valorar los padres es que la interacción requiere la previa existencia y selección de contenidos, así como de momentos idóneos para realizarla. Esta selección se relaciona estrechamente con el concepto de sensibilidad parental, entendida como la tendencia a estimular de manera adecuada las necesidades y posibilidades que en cada momento el niñ@ presenta (Lamb y Easterbrooks, 1981; Skinner, 1986). Esa sensibilidad se relaciona también con la toma de decisiones, respecto a cuándo y cómo reiterar la información, porque el aprendizaje de los niños tiene que basarse en la redundancia, al menos al principio.

La negociación es un elemento fundamental en la comunicación y la interacción. Para conseguir que un niño o una niña avance en competencia cognitiva en una situación o tarea determinada, se ha de empezar por negociar con él o ella un modo común de contemplarla, un estado de intersubjetividad que les permita comunicarse (Wertsch, 1984; Rommetveit, 1985; Rodrigo, 1993a, b). Para poder comunicarse, han de conseguir «mirarla» de un modo parecido, compartir una definición de situación. Esta definición común sólo se alcanzará mediante un proceso de negociación, de acercamiento, en el que el adulto necesariamente efectuará un mayor esfuerzo de acomodación, porque será él quien tenga «conciencia para dos», como decía Bruner (1981). Con la negociación se crea el marco para que la interacción sea eficaz.


Los padres deben conceder a los procesos de interacción la importancia que se merecen, ya que por medio de ellos pueden estimular a los niños y niñas hacia una serie exigencias que les impulsen ir más allá de su competencia; siempre y cuando, también, los padres les ofrezcan su apoyo en aquellas actividades que les resultan inaccesibles. Esta ayuda o andamiaje (Wood, Bruner y Ross, 1976) de seguro gratificará a los padres en su tarea de enseñanza-aprendizaje, pues verán a sus hijos progresar en sus actividades (en las que ellos toman parte, manteniendo la iniciativa y el control de las mismas). El desandamiado implica la cesión progresiva de la responsabilidad de la interacción, lo que supone ampliar los grados de libertad de la actuación del aprendiz, permitir que sea él quien lleve la iniciativa y abreviar la información que se le aporta, al tiempo que hacer más compleja la demanda.

Este proceso de ajuste entre andamiaje y desandamiado se rige por la regla de contingencia (Wood, 1980, y otros) que hace referencia a que el nivel de intervención del adulto es inversamente proporcional a la competencia demostrada por el aprendiz.

En su tarea educativa, los padres, han de alentar a sus hijos a «distanciarse» del entorno inmediato que les rodea. La presencia cercana y apoyo de los padres se ha de sustituir por el distanciamiento en las interacciones. Tan sólo de esta forma, los hijos podrán separarse psicológicamente de ellos.

Las interacciones padres-hijos influyen en la adquisición del lenguaje de manera crucial, por ello su estimulación a través de las interacciones se considera hoy en día de vital importancia para el desarrollo psicosocial del ser humano.

Los padres deben reafirmar el poder estimulador que el lenguaje tiene en un entorno familiar donde se usa mucho, de manera diversa y rica, en diferentes contextos de interacción, con sensibilidad a los intereses y capacidades del niñ@, con técnicas que hacen un uso frecuente de las preguntas, que dejan tiempo para responder, etc. Una de las funciones más relevantes del leguaje es su función autorreguladora: regular y planificar las actuaciones antes de ejecutarlas. Esta función se adquiere en el contexto de las interacciones sociales, y muy especialmente, en el contexto de las interacciones familiares (Freund, 1990).
   
En las interacciones padres-hijos, podremos observar cómo se manejan aspectos afectivos y motivacionales y el estilo de socialización utilizado por los padres en su relación con los hijos. Los procesos de interacción son una excelente fuente de información sobre la familia. Aquellos padres que tienen buenas relaciones emocionales con sus hijos se implican más con ellos, están más disponibles y les hacen atractivas las tareas. De estas relaciones positivas, los niños derivan una mayor competencia social que les servirá para tener mayor seguridad en sí mismos y en las relaciones con los demás, para atreverse a pedir ayuda cuando lo necesiten, etc. El caso contrario serían padres anafectivos y con escasa interacción, y los resultados derivarán en hijos con dificultades de integración social, escolar, alta probabilidad de conductas antisociales o de riesgo, etc.

Como acabamos de indicar existen diferencias muy importantes entre unas familias y otras dependiendo de la forma en que interactúen con sus hijos.

Analizaremos algunas de las variables familiares más importantes que han demostrado estar asociadas a esas diferencias (Rodrigo, M.J y Palacios, J., 1998):

A) Determinantes culturales: que promueven la realización de unas actividades y no de otras; que fomentan unos tipos de interacción y no otros, en coherencia con las exigencias y estilos de vida que son propios de cada cultura. La cultura ejerce una presión homogeneizadora sobre las diferentes familias que a ella pertenecen. En el interior de cada cultura existe, a su vez, cierto grado de variabilidad intracultural que estará marcado, en mayor o menor medida, por las variables que indicaremos a continuación.

B) Nivel educativo de los padres: el nivel de estudios juega un gran papel en la determinación de los estilos interactivos.

C) Intimamente ligadas al nivel educativo de los padres y madres se encuentran sus ideas con respecto al desarrollo y la educación, analizadas anteriormente. Aquellos padres (modernos) que consideran importante el desarrollo y educación de sus hijos, se caracterizan por ofrecer formas de relación e interacción ricas y estimulantes, que se ajustan a la situación interactiva y al nivel de desarrollo de cada niñ@. Los padres que se sitúan en el otro extremo (normalmente los tradicionales) se caracterizan por prácticas educativas monótonas y poco estimulantes, y que no siempre sintonizan adecuadamente con las necesidades o capacidades de cada niñ@.

D) Que sea el padre o la madre uno de los sujetos de la interacción introduce cierta diferenciación. Quien tenga menor contacto con sus hijos (normalmente el padre) interactuará con sus hijos en función de las características de la tarea más que en función de las características del niño/a (debido a que pasa menos tiempo con él/ella las interacciones se ven influenciadas). En cuanto a la afectividad, o el apoyo que prestan a sus hijo/as, no se observan diferencias entre ambos. Podríamos destacar, eso sí, que los padres, en comparación con las madres, parecen respetar menos las intervenciones de sus hijos, sus focos de atención o sus intereses; siendo también son más estrictos y explícitos en las respuestas a sus errores (Power, 1985; Pellegrini, Brody y Stoneman, 1987; Rodríguez y Palacios, 1998).

Una vez aportadas las ideas más relevantes acerca de la comunicación y de la interacción familiar, que consideramos ha de poseer el/la Educador/a Familiar para llevar a cabo su función, ofrecemos a continuación algunas ideas de cómo utilizar estos conocimientos en su práctica diaria (siguiendo a Rodrigo, M.J. y Palacios, J., 1998).

En primer lugar debemos tener claro que no existen recetas maravillosas que resuelvan milagrosamente las dificultades que atraviesa la intervención o la familia. Esta es una idea que hay que transmitir a los padres cuando nos sugieran que le resolvamos el problema. Lo importante es devolver el mensaje, indicándoles que la solución está en ellos, y que nosotros podemos servir de guías para que puedan hallar la respuesta. Explicarles que no es un proceso simple sino que se requiere todo un conjunto de actuaciones mantenidas durante mucho tiempo.

Con respecto a la comunicación y a las interacciones que se establezcan, es muy importante el tiempo que se dedica, medido en términos de calidad más que de cantidad. Ambos procesos para que sean estimulantes deben adecuarse a las características de cada miembro a los que se dirige, con especial atención si son niños pequeños. Este ajuste debe llevar implícito una actitud de respeto y consideración por las características concretas.

Fundamental será para que la comunicación y las interacciones sean eficaces, sanas y estimulantes, ver cuál es el sentimiento de competencia de los padres. Si se perciben a sí mismos como incapaces, desconocedores, no preparados, etc., es probable que estén autolimitando su capacidad de influencia (Coleman y Karraker, 1998). No traslademos a los padres el concepto de que educar y estimular a los hijos es una tarea muy complicada, sólo al alcance de los expertos. De esa forma no minaremos su potencial como fuentes de estimulación de sus hijos. Hay que hacerles ver que muchas de las cosas concretas que hacen tienen gran valor para el desarrollo de sus hijos.

Cuando se realice esa función de estímulo, se hará a través de pautas concretas de actuación y no por medio de principios abstractos que ellos difícilmente comprenderán. Explicarles cómo lo pueden hacer es más efectivo que sermonearles sobre la importancia de la comunicación para estimular el desarrollo cognitivo de sus hijos. El ejemplo y la reflexión son dos herramientas de trabajo de un valor indiscutible, porque ayuda a comprender más fácilmente el mensaje y permite analizar cuál es la situación previa y cómo se puede mejorar.





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